2.3.15

Ciclo de la música. Capítulo 1: “La tortuga no tiene culpa”.

He decidido que durante estos días voy a hacer un ciclo de cuatro capítulos en los que intentaré explicar un poco mejor el origen de la música según la mitología griega (que como ya sabemos, es la misma que la romana). Espero que les guste y saquemos algo en claro de cuales fueron los motivos de la existencia de la música. Algo que hoy en día tenemos al alcance de la mano pero que antes pasaba por, como no, ¡muerte y destrucción! ¡Yuju!

Seguramente se preguntarán el porqué del título de éste primer capítulo. Enseguida entenderán lo que quiero decir y, seguramente, no volverán a mirar a una tortuga de la misma forma.
Los protagonistas de ésta leyenda son Apolo, el Dios Sol, el Dios de las artes y la segunda figura más venerada en la antigüedad clásica después de Zeus. Se encargaba de las plagas, pero también de la curación, así que más valía estar a buenas con ése Dios. Era vengativo pero justo, muy poderoso y algo incontrolable. Supongo que más adelante habrá que hacer una entrada sólo con él y su carácter voluble y resplandeciente. El caso es que uno de los protagonistas es Apolo, y ya está.

 Apolo en todo su esplendor. 

El otro protagonista es Hermes, uno de mis Dioses favoritos. Era el Dios mensajero, protector de los viajeros, los mercaderes y los ladrones, de carácter afable y servicial, algo inocente y muy cuqui en general. Su nombre en la cultura romana era Mercurio. Se le representaba con las sandalias aladas que, por cierto, he descubierto que hay unas Adidas aladas que creo que caerán en breve. Pero en fin, que me despisto del tema, el segundo protagonista era Hermes.

Las sandalias aladas estaban en la tintorería. 

Primero de todo hay que tener en cuenta que un bebé Dios no es un bebé normal. Hermes nació al cuarto mes y su madre, una pléyade llamada Maya, lo envolvió con telas para que no se escapara. Seguramente Hermes pensó “Telitas a mí” porque por la noche se escapó mientras todos dormían.

Iba el bebé de cuatro meses Hermes por el campo “larí, laró” cuando encontró un rebaño supuestamente desprotegido que resultó ser el de su hermano Apolo (recordemos que tanto Hermes como Apolo eran hijos del gran Zeus, el follador vividor del Olimpo). El tema es que ni corto ni perezoso, Hermes robó parte del ganado. Cuando digo parte me refiero a doce vacas, cien terneras y un toro, casi ná. Les ató las colas a unas ramas y se fue andando hacia atrás para no ser descubierto. El único que presenció el robo fue un anciano llamado Bato, que, después de ver aquello, lo más probable es que pensara que se había dejado de tomar la medicación. El bebé sobornó a Bato con una vaca (lo que eran los sobres de aquella época) a cambio de su silencio y sacrificó el ganado a los Dioses. Después, algo cansado, se dirigió de nuevo a la cueva donde dormitaba su madre.
A la entrada de la cueva encontró una tortuga, y como parece que su sed de sangre no se había saciado del todo, la mató, la vació por dentro y utilizando el caparazón y los intestinos de las reses robadas inventó la lira. Luego se fue a la cama y se volvió a dormir como si nada.

Hermes y Bato negociando las condiciones de su soborno.  

Os podéis imaginar la ira de Apolo al descubrir que le habían robado el ganado a él, pues no hay nada peor para un Dios que lo pillen en un descuido. Bato le confesó (a cambio de dos vacas, resulta que al final el listo fue el anciano) que había visto pasar a un bebé arrastrando ciento y pico animales y ató cabos.
Llegó a la cueva de Maya y exigió una explicación, pero la pléyade le mostró a Hermes dormidito como un santo en la cuna y le dijo que cómo podía acusar a su bebé de hacer algo así, que era muy pequeño y que hay que ver.
Apolo no quedó contento y se marchó donde su papá para que mediara entre los dos. Zeus obligó a Hermes a restituir el ganado pero éste, en lugar de eso, le regaló la lira a Apolo a cambio de las vacas. Apolo quedó encantado con el trueque y es por eso que uno de sus símbolos es la lira.

Hermes le regala la lira a Apolo para que no se enfade. 

En otra ocasión, Hermes inventó la flauta y Apolo también se encaprichó de aquél instrumento. A cambio de la misma, Hermes le pidió su cayado de oro y que le enseñara el don de la adivinación. Es por eso que otro símbolo de Hermes es el caduceo.
Así pues, se puede decir que Hermes demostró ser un gran comerciante y, seguramente, el gran olvidado en la historia de la música, ya que él solito inventó dos de los instrumentos básicos de la época antigua.
A pesar de eso, los laureles como Dios de la música se los llevó Apolo. Eso pasa mucho, qué les voy a contar…

¿Y qué pasó con Bato? Pues nada, en un arranque de dignidad Apolo se disfrazó de hombre corriente y por codicioso y sobornable lo convirtió en piedra. No sé porqué tengo la sensación de que si esto pasara hoy en día, más de una sede política se convertiría



en una cantera, pero en una cantera de piedras de verdad. 

La semana que viene: ¿Hasta dónde puede llegar la vanidad de una Diosa?


25.2.15

A falta de pan, buenos son tordos.


Hola a todos! Como ya prometí, aquí empieza mi nuevo post, esta vez hablándoles de algo tan indispensable como el comer. Y es que, como es de esperar, en la época romana se comía, y si eras rico y poderoso bastante, y bastante raro por cierto.
Por desgracia, y como sigue pasando hoy en día, no era la misma mesa la de los ricos que la de los pobres, ya que era bastante común que los pobres comieran más bien poca carne y sufrieran hambrunas cada dos por tres (sobretodo cuando los poderosos decidían gastarse el dinero en cosas muy útiles como burdeles, construcciones de magnos palacios y demás proyectos imprescindibles)

Antes del imperio, lo normal es que el pueblo romano comiera aquello que le proporcionaba la tierra y el trabajo esclavista, es decir: el cereal, las hortalizas, la leche y los huevos. Es curioso descubrir que su dieta era bastante equilibrada y no solía sobrepasar las 3.000 calorías. Los ricos tomaban mucha leche, carne de cerdo, aceitunas y queso, mientras que los pobres se acostumbraron a las sopas de vino (básicamente pan mojado en vino) y al puls, unas gachas de harina de trigo que salvaron la vida a miles de romanos hambrientos durante casi 300 años. También fue la época en la que se empezaron a especiar las carnes con pimienta, miel, ortigas y demás.
El vino era un alimento básico en la dieta romana, pero como todavía no se había aprendido a conservarlo adecuadamente, generalmente se servía con especias o aguado para tratar de disimular el sabor. Conozco algunos bares en los que la milenaria costumbre de aguar el vino se sigue llevando a cabo. Entrañable.
Otro punto importante eran las frutas, y es que los romanos instauraron en seguida lo que hoy se conoce como “Dieta Mediterránea” y eran grandes consumidores de fruta. Especialmente de higos, ya que a parte de ser algo que se conservaba con facilidad, resultaba ser el alimento más dulce que existía en ése momento (recordemos que el azúcar llegó con bastante retraso a Europa, se estaban poniendo finos los del otro lado del charco.)

En fin, la cosa parecía que iba bien pero hay que reconocer que todo el día comiendo aceitunas y leche puede llegar a ser aburrido así que, poco a poco, los gustos de los romanos ricos se fueron refinando hasta llegar a las altas esferas de la demencia.
Me gustaría recordar que en la casa de un patricio se solía comer cuatro veces al día, a saber: Desayuno, comida, merienda y cena. La cena era la comida más importante del día y acostumbraba a reunir a toda la familia en una sala despejada llena de lechos llamados triclinios, donde todos se tumbaban a disfrutar de cenas cada vez mas exóticas.
Si bien es cierto que una cena informal consistía en huevos, puerros, gachas y judías, cuando invitaban a amiguetes la cosa se ponía interesante: Ostras, melón, trufas, carnes variadas y postres refinísimos.


¡Miren que alegres! ¡Hay más esclavos que comensales!


Pero, ¡bah! Eso no es nada en comparación con lo que les esperaba a los pudientes una vez se instauró el imperio. Aquello ya era harina de otro costal.
¿Qué no se lo creen? Está bien. ¿Saben qué consideraban como auténticas delicatessen por aquella época? El loro y el flamenco, especialmente sus lenguas, así como los pavos reales y las grullas.
De hecho, a los romanos les encantaba todo lo que tenía alas, tenían como una obsesión extraña. También comían faisán, tordos, gansos y pintadas…aunque bueno, eso se sigue comiendo hoy en día. Está documentado que engordaban a los pobres bichos con harina hervida, hidromiel y pan empapado en vino. Olé. 
¿No han tenido suficiente? Bien, otra delicatessen eran las ubres y las matrices de las cerdas, así como los perritos lechales…mmm, riquísimo.

No sé que llevará ese plato, pero buen rollo no da, precisamente...


Supongo que uno de los alimentos que más les debe sonar (por el hecho de que se han encontrado ánforas llenas) es el garum. El garum era una especie de salsa hecha con las vísceras fermentadas de pescado que era muy apreciada por las clases pudientes porque le atribuían poderes afrodisíacos. A mí me está dando gustirrinín solo de imaginármelo.

Lo cierto es que su gula no tenía fin. Cuando había buen dinero los romanos servían unos banquetes que no había manera de acabárselo, que me gustaría ver al tío de “Crónicas carnívoras” en una de esas fiestas, se le iba a quitar la sonrisilla de la cara.
Por cierto, que si estaban llenos no había problema, se iban al vomitorium (sí, existía) y vuelta a empezar.
Pero no pasaba nada, la gente del pueblo se conformaba con comer en la calle algo de pan y las morrallas del pescado en salmuera, el maenae. Los altramuces y las algarrobas constituían un delicioso acompañamiento. Muy seco y salado todo, la verdad, no me extraña que bebieran tanto vino.
Pero no todo son malas noticias. En un arranque de solidaridad y buen hacer, el emperador Aureliano repartió carne entre la plebe. Era de burro, porque la de buey se reservaba para los VIPS pero bueno, menos daba una piedra.



¿Y ustedes qué? ¿Están dispuestos a sentarse a la mesa?


19.2.15

¡Ave a todos!


¡Como ven he vuelto a la carga! Y es que hace ya tiempo que pensaba en retomar éste blog que abandoné a su suerte hace mucho, por tiempo, por pereza y demás razones que no creo que les interesen, la verdad.
He vuelto con muchísimos nuevos temas, y algunas ideas innovadoras para ponerse al día en eso de las redes sociales que ya les iré contando más adelante. De momento, repanchínguense en la silla, el sofá o el triclinium y disfruten, que para eso estamos.
Me viene que ni pintada la palabra triclinium para mi siguiente post, pues era nada más y nada menos que la tumbona en la que los romanos se recostaban para ponerse finos a viandas, a cuál más extraña.
Pero no adelantemos acontecimientos, de momento, gracias por volver al redil conmigo, espero que esta vez mi falta de constancia no me juegue una mala pasada.
¡Alea Iacta Est!